Editorial Nº 27. Diciembre / 2016
Todo está inventado. Es difícil ser originales. Tal vez estos párrafos se hayan escrito antes. Lo cierto es que la originalidad se considera meritoria, asociada a la superación de lo repetitivo, lo sabido y lo rutinario.
Según el Aquinate cada ángel agota su especie, puesto que la materia es el principio de individuación. Entre un ángel y otro hay tanta diferencia como entre un elefante y una hormiga. Un prodigio de singularidad.
¿Y el hombre? Aunque no somos ángeles, la particularidad irrepetible del ser humano forma parte de su dignidad. Cada hombre es su propia denominación de origen. El gran místico de Fontiveros dijo que un pensamiento del hombre vale más que todo el mundo.
Pero no se trata de competir con los ángeles. Aunque ciertamente desde aquella primera Navidad los humanos hemos ganado enteros: en Belén no nació un ángel –sí el más bello angelito-, sino un Niño.
En fin, hemos dado un gran rodeo para recordar eso tan característico de Peñalba que es el trato personal, adaptado a la individualidad de los alumnos. Un estilo de educación en el que nos escuchaban y nos hablaban mirándonos a los ojos. Y nos recetaban una fórmula magistral.
A muchos de los que veníamos de otros colegios nos sorprendió que no nos llamaran por el apellido. El nombre es importante. Si te lo quitan, te despojan. El nombre propio tiene algo de sagrado, porque nos representa. En Peñalba se ha reconocido siempre. Hoy también. Porque nos siguen llamando por nuestro nombre.