Editorial Nº 30. Junio / 2018
Se cumplen cincuenta años del mitificado «mayo francés del 68». Resonaron en París eslóganes nunca oídos: «prohibido prohibir», «la imaginación al poder», «olvidad lo que habéis aprendido: empezad a soñar», «bajo los adoquines, la playa»… Un cóctel ideológico, saturado de materialismo, existencialismo ateo y hedonismo, emborrachó a jóvenes obnubilados por el señuelo de la libertad.
Una gigantesca ola de libertinaje atacó siglos de creencia y convicciones. Trescientos años después del cartesiano «pienso, luego existo», llegó el embate final a las altas torres de la cristiandad: la verdad, el bien y la belleza. Sin cimientos morales, los hombres giraron y giraron, como veletas sacudidas por los viejos vientos dionisíacos. Y después de mil vueltas, miraron las ruinas de aquellas torres, y estremecidos por el soplo helado del dolor, no supieron dónde refugiarse.
Las secuelas —criticamos las ideas, jamás las personas— son graves: relativismo rampante, sexualización por doquier, laicismo agresivo, banalización del aborto, utilitarismo insolidario, la fidelidad en entredicho, eutanasia a la vista, individualismo exacerbado, ideología de género, invierno demográfico, matrimonio desdibujado… Es difícil exagerar… iAh!, y el dogmatismo de lo «políticamente correcto», falso y asfixiante: un «seudocredo» para el que esa lista de errores es herejía, desvarío de moralista o locura de intolerantes.
Providencialmente, diez años después de aquel tsunami, se fundó una irreductible aldea gala, resistiendo al imperio. No era la única, ni sería la última, pero en Simancas marcó una época que continúa. El 25 de septiembre de 1978 entraron los primeros alumnos por la puerta de Peñalba. Sus padres —nuestros padres— se la jugaron por una educación a contracorriente: novedosa entonces, novedosa hoy. Una educación con los pies en la tierra, la cabeza en los libros, y el corazón donde brillan las estrellas.
Cada uno que celebre los aniversarios que quiera. Nosotros brindaremos por los cuarenta años de esa gran aventura de fe y esperanza que se llama Peñalba. Con profesión de humildad y acogimiento, con la mano tendida, fraternales y alegres, con ansia de ser más y mejores. Con infinito agradecimiento a cuantos vieron «bajo los adoquines, el Cielo»… El curso que viene, otro hito: cuarenta años de «septiembre del 78».