Editorial Nº 31. Diciembre / 2018
Poético título el del famoso drama de Eduardo Marquina. Agonizante el imperio español en Flandes, el capitán de los Tercios, Don Diego Acuña, apuesta por el amor de una joven flamenca, Magdalena. En el torbellino bélico, la hidalguía del capitán brilla cuando, en una compleja tesitura moral, por salvar a su dama se ofrece a sí mismo para ser encarcelado. Ante la admiración que provoca su gesto enamorado, pronuncia una frase magnífica, resumen de su caballerosidad: “¡España y yo somos así, señora!”.
De un tiempo acá proliferan le-yes que propugnan la igualdad entre el hombre y la mujer. Un análisis crítico de las llamadas “políticas de igualdad” exige un espacio que no tenemos. Pero no podemos pasar por alto que, en ocasiones, adolecen de una indisimulada hostilidad hacia la educación diferenciada, como si ésta pudiera causar desigualdad entre los sexos.
En estas páginas ya se ha explicado la eficacia de la educación diferenciada precisamente para favorecer la mejor formación de chicos y chicas, y por ende la igualdad de oportunidades. Conviene ahora des- tacar que la igualdad entre niños y niñas, con sus naturales diferencias, es consustancial al carácter propio de nuestro colegio; aún más, en él late una profunda admiración hacia la mujer, proclamando sin tapujos el talento femenino y su valía.
La igual dignidad del hombre y la mujer tiene un fundamento mucho más fuerte que una ley, pues se basa en que ambos son imagen de Dios como criaturas racionales y libres, capaces de conocerlo y amarlo (San Juan Pablo II, Mulieris dignitatem).
Nos han enseñado a respetar a nuestras hermanas. Y a nuestras madres, porque somos sus hijos, y como dijo Pemán “a una madre se la quiere siempre con igual cariño y a cualquier edad se es niño cuando una madre se muere”.
Nos han enseñado a respetar a nuestras novias, porque serán nuestras mujeres. A nuestras mujeres, porque son nuestras esposas y las madres de nuestros hijos. Y a nuestras hijas, porque se han hecho un broche con nuestro corazón.
Y si, al ver que cedemos el asiento, que nos emociona dar la mano a nuestra novia, o que cada aniversario le regalamos a nuestra mujer un ramo de fidelidad y de rosas, alguno se sorprendiera, podremos decirle con sencillez: “¡Peñalba y yo somos así, señora!”.