Editorial Nº 38. Junio / 2022
En el Apocalipsis el libro de los siete sellos precede a las siete trompetas y a las siete copas. Simbólicamente san Juan describe los impresionantes designios divinos sobre el hombre y la Historia.
Abiertos los cuatro primeros sellos aparecen cuatro caballos. El primero es blanco y el que lo monta lleva un arco y es vencedor: para unos este jinete es el Evangelio o el propio Cristo; para otros son los partos, temibles bárbaros. Los demás jinetes son inequívocamente funestos: el del caballo rojo porta espada y es la guerra; el del caballo negro sostiene una balanza y es el hambre; el del caballo verdoso se llama Muerte y es la peste.
Son visiones apocalípticas perennes. Hoy el coronavirus ha descubierto la fragilidad de nuestras seguridades. La guerra de Ucrania —y tantas otras: Etiopía, Yemen, el Sahel…— es un dramático recordatorio de la condición humana. Las endémicas crisis económicas generan pobreza y miedo. El rugido de la naturaleza —volcanes, sequías, ciclones— atemoriza.
El fin de la historia de Fukuyama no llega. El estado del bienestar se agrieta. Horribles distopías cobran realidad. Como al cazador de las cavernas, la incertidumbre acongoja al moderno urbanita. Un entorno hostil y amenazante. Jinetes oscuros, tiranosaurios del siglo XXI.
¿Cómo afrontar este alud de peligros y desgracias…?
Posiblemente lo primero es no hacer nada. Nada. Solo mirar: pero adentro. Porque la gran batalla se libra en el corazón. Dentro de nosotros un quinto jinete hace resonar la algarabía de la tierra y el lamento de nuestros problemas: no para de gritar, porque sabe que si cesan los ruidos, en lo profundo se hará el silencio. Y entonces, desnudos de urgencias y excusas, con la conciencia en carne viva, será la hora de la verdad.
Entra en ti mismo
dijo san Agustín. Diecisiete siglos después la interioridad sigue siendo imprescindible. Cantalamessa nos retrata: Encerrados fuera de casa. ¡Presos de la exterioridad!
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El quinto jinete lleva un móvil y una pantalla. Hay que desmontarle sin miramientos. No quiere que oigamos, en el hondón del alma, el borboteo cristalino de una gracia de conversión. Si, despojados de disfraces, bebemos, habremos dado el primer paso para una vida mejor. Y cambiando nosotros, cambiará el mundo. Porque como dijo san Josemaría, estas crisis mundiales son crisis de santos
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